La obra de Charles P. Kindleberger titulada "manías, pánicos y cracs" no es meramente una explicación histórica de las crisis financieras que han ido surgiendo, sino también un enérgico intento de sentar algunas bases en la literatura económica.
Se intenta analizar y justificar las causas de por qué cada crisis tiene 'tres fases' que el autor las expresa de manera metafórica. Las manías se asocian a la euforia económica; las empresas
comerciales se vuelven cada vez más optimistas y el gasto de inversión aumenta
vertiginosamente porque el crédito es abundante; Un crack es un colapso de los precios de los activos, ó lo que es lo mismo, el que los activos no valgan nada; y un pánico es un miedo injustificado y demente que sufren los inversores que hace que se deshagan de sus activos vendiéndolos por dinero si les es posible, cuando suponen que van a perder el capital invertido en ese activo.
Durante la conocida
Edad Contemporánea se ha dado lugar a numerosas crisis financieras que
normalmente siguieron la estela de aumentos de las provisiones de crédito,
incremento en el optimismo de los inversores y a un crecimiento económico más
rápido. Cuando ocurre esto las personas comienzan a especular e incentivan su
compra de valores y activos para tener beneficios a corto plazo gracias al
aumento de sus precios, lo que conlleva un endeudamiento mayor de éstas con los
bancos, los cuales también especulan y reflejan la euforia que transmite ese
momento de auge económico invirtiendo mucho más. Todo esto conlleva una subida
excesiva de los precios de los bienes raíces y las acciones, hasta tal punto
que se vuelven insostenibles a largo plazo. A todo este fenómeno que es seguido
por una crisis financiera es conocido como ‘burbuja financiera’, uno de los
pilares esenciales de este libro. Se les llama burbuja por el hecho de que en el
momento en que los inversores especulan, invierten y se endeudan más, la
burbuja va creciendo; pero cuando la situación se vuelve insostenible a largo
plazo tras una gran subida de los precios y cuando no hay suficiente dinero en
efectivo para pagar los intereses de préstamos anteriores, la burbuja se vuelve
tan grande que explota. Entonces los precios de estos bienes raíces caen
pronunciadamente, al igual que el de las acciones. Esto provoca también una
depreciación, normalmente muy marcada, de las monedas de los países afectados
por esta explosión de la burbuja financiera.
El fenómeno de las
burbujas financieras incentiva la volatilidad de los precios de los productos
básicos, las divisas, los bienes raíces y las acciones. Esto ha ocurrido en los
últimos 40 años, en los cuales ha habido cuatro oleadas de crisis financieras,
cada una precedida de su respectiva burbuja: La primera
oleada de crisis tuvo lugar en la década de 1980 cuando México, Brasil, Argentina y otros diez países en vías de desarrollo incumplieron sus pagos de sus préstamos, ahí
se rompió un tópico que decía: ‘los países no quiebran’. En este contexto,
Japón se situaba en el umbral de la economía mundial. Los bancos japoneses
aumentaron sus préstamos y su capital mucho más rápido que los estadounidenses
o alemanes. Al comienzo de la década de 1990 la economía japonesa se desplomó;
numerosas instituciones financieras japonesas quebraron. Paralelamente Noruega,
Suecia y Finlandia experimentaron burbujas en sus mercados y acabaron
explotando al mismo tiempo que la de Japón. A esto se le conoce como la segunda
oleada de crisis desde 1970. La crisis financiera asiática que empezó a
mediados de 1997, fue la tercera oleada. Los precios inmobiliarios y los precios
de las acciones subieron en Tailandia, Malasia e Indonesia, que conformaban los
‘pequeños dragones asiáticos’, pero finalmente se vieron envueltos también en
una crisis financiera. La cuarta y última oleada comenzó en 2007, en la que se
vio la desaceleración económica más grave desde el crac del 1929. Los precios
de los bienes raíces de Estados Unidos
comenzaron a aumentar a una tasa superior a la normal. Este aumento de
precio provoco el auge de la construcción. La oferta de viviendas era demasiada
para la demanda que existía y las empresas se encontraron con deudas que no
podían pagar y, consecuentemente, con la bancarrota. La fuerte caída de los
precios de los inmuebles provocó la crisis financiera, algo parecido pasó en
gran Bretaña, España, Irlanda e Islandia.
Cuando emergen las
manías y las burbujas los respectivos gobiernos están llamados a establecer una
política económica correcta para subsanar la situación o para reducir la
gravedad de cualquier consecuencia negativa. Prácticamente en la totalidad de
los grandes países existe un ‘prestamista de último recurso’ que suele ser el banco
central de cada Estado. Se ha llegado a valorar la opción de un prestamista de
último recurso internacional como colchón para cualquier desliz económico (ya
sea devaluación de una moneda, caída de los precios de bienes raíces o
cualquier otro indicio de crisis financiera) en cualquier país. Aunque eso
conlleva plantearse dudas; cuando en una crisis los precios de los activos
disminuyen de forma pronunciada, el aumento de la demanda de liquidez puede
conducir a muchas personas y empresas a la quiebra, y la venta de activos en
estas circunstancias tan difíciles puede provocar caídas en sus precios.